martes, 19 de febrero de 2008

Poética 16


Dudaba si titular esta nueva poética como un "homenaje" a otro de esos poetas que acompañan el camino, pero finalmente he decidido que no. No sería sincero. Hoy no se trata de un homenaje sino de un "descubrimiento". Perdonen mi ignorancia (bendita ignorancia, por otro lado). A mis años y la poesía vuelve a sorprenderte, a regalarte, a decirte que la ruta de los que buscan no termina nunca, que siempre depara regalos inesperados para los que se mantienen fieles. Un libro, Instante, y un poeta, Eduardo Jordá. Leí la crónica en el magnifico suplemento cultural de ABC de los sábados y acudí a La Central para comprarlo. Desde el primer poema te atrapa esta "poesía de la experiencia", tan denostada a veces (curioso que en la mayoría de ocasiones por ser una poesía que se entiende). Sí, algún día hablaré de esta manera de entender la poesía, ahora prefiero dejaros directamente con ella:

Gabriela

Gabriela, hace diez horas que la lluvia
se abate sin piedad sobre Manila,
ese infierno feliz en el que vives.
Los niños que mendigan en Malate
se tapan con un hule, y los ciclistas
duermen en las aceras, y el aroma
tenue del frangipán invade el aire.
No sé nada de ti, Gabriela, pero te he visto
sonreír con tus padres, mientras dabas
tus pasos vacilantes, los primeros
que das sobre esta tierra que supura
todo el horror y toda la belleza.
No sé nada de ti, Gabriela, aunque sonríes
mientras la lluvia cae sobre Manila.
Y esta sonrisa, ahora, es para mí
lo único que existe en este mundo,
lo único que ocurre, lo único que habrá sido cierto
cuando un día recuerde haberte visto.
Tú eres, Gabriela, el árbol de la vida.
Ya sé que hay manzanas en este paraíso
de chabolas y perros y basuras.

Pero ahora nada puede tentarte, nada puede
arrastrarte sin fin hacia lo oscuro.
Tus padres estuvieron en Ruanda
cuando Dios -otra vez- se avergonzó
de haber dado aliento a sus criaturas.
Y ahora estáis en Filipinas y diluvia
sobre Remedios Circle, y nadie sabe
cuándo va a amanecer, si es que amanece.
Recuérdalo, Gabriela, porque tú ya lo sabes
-no lo sabes- que hay ríos y pájaros y lagos.
Y sabes -no lo sabes- que la dicha
trae a veces la paz de la mañana
o el sueño apaciguado de las noches.
Recuérdalo, Gabriela: eres la luz.
Recuérdalo, Gabriela, porque todos
necesitamos saber que tú existes,
mientras cae la lluvia y una chica
quiere vender su amor por dos mil pesos.
Recuérdalo, Gabriela, sí. Y recuérdanos
que en este sucio mundo de karaokes,
y putas y afer hours y bares tristes,
donde los niños duermen en la acera,
hay luz, Gabriela, hay luz, hay luz. Hay luz.

¿Qué se puede añadir? Cualquier cosa que dijera empañaría la fuerza de estos versos. Cerremos los ojos, soñemos y demos gracias.

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