lunes, 28 de enero de 2008

poética 13

Tal como avisábamos, espero que no amenazantes, toca hablar ahora de la métrica, otra de esas herramientas de las que dispone el poeta para conducirnos por su imaginario poético. Por métrica entendemos, básicamente, el trabajo que podemos realizar con el número de sílabas por verso y la rima. Digo básicamente porque también podríamos considerar en este apartado la posición de los acentos y otros aspectos que, en todo caso, dejaremos para más adelante.

Dejadme que, una vez más, recurra a Luis García Montero para que me ayude. Así leemos en sus ya conocidas Lecciones... que "Al escoger palabras que repiten un mismo final, [los poetas] dibujan con los sonidos una raya que sirve para delimitar el espacio del poema, un lugar intermedio entre la ficción y la realidad que nos invita a levantar historias en nuestra imaginación." Y más adelante leemos, "La rima sirve para llamar la atención sobre algunas ideas y algunas palabras". El poeta granadino también nos explica que la rima puede servirnos para lograr la música del poema, esa manera especial de decir las cosas que es, en realidad, el núcleo de toda experiencia poética.

En este mismo sentido de dar musicalidad al poema, encontraríamos el hecho de hacer coincidir el número de sílabas de los versos. Con ello podemos lograr un ritmo preciso que ayude al lector en su búsqueda del sentido.

Aunque, dice García Montero, "te recuerdo que se pueden escribir poemas sin rima y versos de distintas sílabas. Lo importante es la música, conseguir llamar la atención con las palabras, dibujar una historia y un tiempo en la imaginación, convertir una mirada o una idea en algo memorable". Ni el poema será mejor por tener rima, ni será más fácil de escribir porque carezca de ella. Lo importante es situarse ante aquello que vamos a escribir con la conciencia de intentar crear algo mágico, único, que nos ayude a encontrar esperanza en este mundo de naufragios y caos.

Para comprobar hasta qué punto todo lo dicho es cierto, podríamos conocer una de las formas métricas más solemnes y famosas, aquélla a la que, dicen algunos, todo poeta que se precie de ello tiene que enfrentarse alguna vez: el soneto. Escribir un soneto, no importa que no sea un gran soneto, basta con que sea nuestro, resultará un ejercicio apasionante, un viaje en compañía que nos será grato, aunque no sencillo. Para ello, como siempre, podemos dejarnos guiar por los maestros y, entre ellos, dejadme que cite a Garcilaso de la Vega, un poeta del siglo XVI que es una maravilla. Vamos a leerle:

Soneto XXIII

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena 5
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado 10
cubra de nieve la hermosa cumbre;

marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.


Cierto que hay muchos otros ejemplos, pero éste no desmerece. Versos endecasílabos (decasílabos según el modelo clásico en catalán), distribuidos en dos cuartetos (ABBA) y dos tercetos encadenados (la distribución de la rima puede variar pero deben rimar los seis versos entre ellos). En esta composición, la estructura, el armazón, la música del poema, sirven de magnifico telón de fondo para las palabras y lo que nos transmiten.

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